lunes, 29 de julio de 2013

Marmotte 2013: La picadura contagiosa.





La Marmotte 2013.
Sábado 6 de Julio. La Marcha.
La picadura contagiosa.

Me levanto a las 5 de la mañana. Tengo ganas de empezar la marcha. Ha sido mucho tiempo de preparación y espera. Mi estrategia para acelerar el desayuno y la salida para llegar cuanto antes a Burg d'osians no funciona. Jesús no se levanta hasta las 5,30. Seguimos sometidos bajo el régimen. Finalmente llegamos al cajón unos 10 minutos antes de la salida. Así que nos situamos bien atrás. Tocará remontada.

Sobre las 8,10 iniciamos la Marmotte 2013. 
Ruben marca el ritmo. Ponemos la sirena y a remontar ciclistas por la izquierda. Unas veces tira él y otras vamos a rueda de otros. Hasta el alto del Glandón han caído más de 6.700 ciclistas. 

El Glandón, concurrido, largo y accidentado. 
Este puerto fuera de categoría lo subes con muy buena compañía. La carretera cuelga el cartel de completo. Es la M-30 en hora punta. Los dos carriles llenos. el de la derecha para los más lentos y por la izquierda circulan los más rápidos y es zona de adelantamientos.

En sus 25 kilómetros te da tiempo a pasar por varios estados de ánimo, ¡qué bien voy!, ¡Uff voy a regular que no llego!, ¡Qué duro es este puerto!, ¡cómo se agradece este descansillo!, ¡Ya quedan 5 km nada más!, ¡La madre que lo parió!, ¡Allí parece que acaba!, ¡Por fin!. ¡Joder, de dónde sale tanta gente!.

Ruben me abandona en los primeros kilómetros sin despedirse, sin una palabra, ¡con lo bien que lo he tratado!. Su ritmo y el mío no eran amigos, no se entienden. El es joven y superclase. Sus piernas lo ponen en su sitio, el de los finos escaladores. Por lo que sé, Jesús también abandona a Juan Luis en esta primera subida. Pone ritmo de oro, pero resultó ser golfield. Antes de coronar descubre la cruda realidad. Hoy no es su día. No se ha recuperado de la lesión. Otro año será. A partir de aquí cada uno de nosotros seguimos nuestro camino. Así que me centraré en el mío que es el que mejor conozco.

Pasar la alfombra del alto del puerto, es como salir de la misa de las 12 un domingo de hace 30 años. Tienes que bajar de la bici y pasar con mucho cuidado el barullo de ciclistas y bicis que hay. Impresiona ver tanta gente. Como el tiempo del descenso no cuenta, paro tranquilamente en la orilla, como una barrita, me coloco el chaleco y los manguitos, e inicio la bajada con mucha tranquilidad.

No se porqué pero en esta bajada siempre se ven muchos pinchazos y accidentados. ¡Estos guiris no saben bajar!. Yo creo que son muy brutos. Se ponen a mil en las rectas y luego no hay quien frene la bici. Reventón de rueda y al suelo. Castañazo. El último ostiazo lo veo al final de la bajada. Justo antes de pasar de nuevo por la alfombra e iniciar la cuenta del tiempo. Paro a mear. Y en esas oigo: un frenazo, el sonido de la bici al estrellarse sobre el asfalto y los gritos de dolor del accidentado. Giro la cabeza y lo veo allí tendido, quejándose amargamente, atendido por otros ciclistas, tal vez compañeros, y por algunos espectadores. Va a ser la clavícula.

El Telegraphe y el hijo de la galia que pisó mi rueda.
Antes de iniciar el puerto, tienes unos 23 kilómetros de llano en los que es aconsejable la estrategia CBR, comer beber y a rueda. Y más si hace un poco de aire en contra.

El puerto tiene unos 12 kilómetros, al 7,1% de media. Los 3,5 primeros son los más duros. Te pilla fresco. Si te pasas con ellos, los últimos se te estiran que no hay forma de verles la punta. Yo subo regulando desde abajo, con mucha cadencia y buenas sensaciones. Adelanto gente. La moral por las nubes. Llevo un crono buenísimo. Sommet 1 kilómetro. Ya estoy arriba. ¡Joder Fran como Vas!, me digo. Voy a llenar un bidón de agua y evito la parada de Valloire. Comida tengo.

"No me lo puedo creer", "Todo me ocurre a mí". Frustación, rabia, impotencia. Es lo que siento cuando veo lo que veo. Me entran ganas de llorar cuando giro la cabeza y descubro la rueda del coche del francés encima de la rueda delantera de mi bici. ¡Se acabó la marcha para mi!. "Otra vez", "Será posible", "con lo bien que voy". "Hijo de puta es que no ves la bici". El cabrón iba con el niño en el asiento trasero y su bicicleta en el maletero. ¡ Qué mierda hace aqui este franchute cabrón  en medio de miles de ciclistas e intentando bajar el Telegraphe!, ¡Vaya un amante del ciclismo!. Todavía lo pienso y me entran ganas de machacar su blanca cara de gilipollas. Pero contengo mi ira.
Ni llevo móvil para fotografiar la matricula, ni me entiendo con él ni con la italiana que avisó, a gritos, de que estaba pisando la rueda. Si hubiese llevado el móvil me hubiese ahorrado los cerca de 200 leuros que me costará cambiar el aro de la rueda. Toma nota: hay que llevar el móvil encima.

Compruebo el alcance de la herida. Me duele. Acaban de clavar un puñal en mi ilusión, en mi objetivo. La rueda Roza en los tacos del freno. Abro el puente,  y apenas roza pero no tengo freno delantero. Creo que podré seguir. Así quedó la cosa, el cabrón del coche se fue carretera abajo y yo prosigo en busca del famoso servicio técnico que se supone hay. 100 metros después me detengo de nuevo a revisar la rueda puesto que al frenar me hace unos extraños que acojonan. Me da miedo coger velocidad y no poder frenar o que se rompa la rueda o... 

Un coloso llamado Galibier. Casi ná.
En Valloire nueva parada a soltar más cable. Y otra vez más, en un frustado intento de obtener ayuda técnica en el furgón de asistencia de Mavic. "Cerrado" me dicen. Serán cabrones. Se van al bar.  Yo los mando más lejos. Hay que seguir con lo que hay, no queda otra.

Por delante quedan 15 kilómetros de dura subida. Abro a tope el freno delantero, me reseteo moralmente y hacia arriba. Tomo un gel y poco a poco voy cogiendo ritmo. Me concentro en el pedaleo. Vuelvo a los adelantamientos por la izquierda en un entorno espectacular que te rodea: el río a la derecha, verdes praderas a los lados, y al fondo amenazante, entre nieves  blancas, el final del puerto. Ven a mí, ven a mi siento que me susurra al oído.

En un abrir y cerrar de ojos y algunas que otras pedaladas llego al bar que anuncia el inicio del Plan Lanchart. Quedan los últimos 9 km. Los más duros. Aquellos que se muestran amenazantes a la vista del ciclista. Tramos interminables. Ni un solo árbol tras el que esconder lo que queda. Nada. Solo tú, tu bici y el Galibier, cuya cima te desafía a lo lejos, muy lejos, rodeada de inofensivas nieves blancas que te darán la calurosa coronación que mereces por llegar. 
La primera rampa la encajo con cierta sensación de mareo. No es por el alcohol, que en el bar no he parado eh?. Será por la altura. Pasan 3 kilómetros y empiezo a notar flojedad general y vacío de piernas. Tomo otro gel. A los 10 minutos renuevo mi pedaleo. Saludo al espíritu del fino escalador encaramado encima de su monumento. Sommet 3 km. Cuento pedaladas. 1,2,3,... y así hasta 10 y nueva cuenta. Me llevo 3. Esta infantil estrategia espanta los malos pensamientos "me duelen las piernas", " todavía 3 km", "que mal voy", "tengo que parar", "que duro es esto", "parece que no avanzo",...  Nada de eso, yo sigo en clase de parbulos.

Sin darte cuenta (por decir algo) llego a la entrada al túnel. Solo para coches. A nosotros nos toca girar a izquierda y afrontar el ultimo y peor kilómetro de todos. Lugar en el que te hacen la famosa foto sacaperras para el recuerdo. Y yo con esta cara. Finges una sonrisa que no sale. Nieve a los lados y rampas del 11%. Alguien da más. 500 metros y se acaba.... Hasta me esprinta uno que acabo de adelantar un poco antes. Se pa possible. Yaaa'ta.

El miedo bajando el Galibier se apodera de mi.
Aprovecho el avituallamiento en la cima para comer una barrita de las mías que estos no dan nada de nada, un plátano, agua y armarme de valor para una bajada a la que de por sí le tengo respeto. El primer kilómetro de bajada del Galibier realmente me acojona bajarlo. Y sin freno delantero imagínate Jose Miguel. Si ayer en la furgoneta me acojonaste hoy ni te cuento como voy. Hecho un fran-dul.

Aunque me roza la rueda, cierro el freno delantero para asegurarme algo de frenada por lo menos. A trompicones pero algo es algo. 
Se me hacen muy largos los 9 km de bajada hasta Lautaret. Los veo pasarme como motos GP. Yo, consciente de mi miedo, voy despacio. No dejo que la burra se desboque. Voy frenando con el trasero todo el rato,  me acojona  recurrir al freno delantero. Cada vez que lo toco tironea la bici. "A ver si esto se desintegra y salgo volando".

Una  vez que llego a la carretara que conduce a Burg D'osians la cosa mejora. Miro hacia atrás buscando algún grupo en el que acoplarme. Finalmente llega unos voluntariosos ciclistas a los que me acoplo detrás. Voy bien salvo cuando vienen curvas. Y los túneles. Por precaución entro más lento, y me toca apretar a tope después para coger rueda de nuevo. Vaya cabronada. En una zona en la que tocaba reservar y CBR , estoy obligado a gastar para no quedarse solo y con viento de cara, lo que sería infinitamente peor. Por fin llegamos a la larga recta que nos conduce al pie de un mítico. El puerto de las 21 revueltas. El de las grandes gestas, el que dio un Tour de France a Carlos Sastre. Ese, ese.

Por fin llego el Alp D'huez.
Ya no necesito frenar.  Puedo abrir el puente del freno delantero. Ya no me roza la rueda. ¡ Qué alivio!. Nunca me alegré tanto de llegar a un puerto como esta. Bueno, solo una vez, en el año 2010, Y fue al Llegar al Marie Blanc, en la famosa QH del frío y lluvia. Pero esa es otra historia. Sigamos a lo nuestro, porque si sigues conmigo, leyendo esto, significa que nos entendemos.

La euforía me dura sólo 1 kilómetro. La dureza de estas primeras 4-5 revueltas y el sofocante calor que hace te ponen en tu sitio. Sientes agobio. No tienes suficiente agua para refrescar cabeza, piernas, pies, cuellos. Todo quema. Lo mejor es que no estás solo. Estas rodeado. Lo mismo te encuentras un ciclista que te pasa con una alegría sorprendente que tienes que esquivar un ciclista moribundo con la mirada perdida. Alguno de los que en el primer kilómetro derrochan alegría lo ves tirado en la curva número 9 haciendo autostop.

A lo largo de la subida hay mucha agua. Y se agradece. Hay cascadas en las que toca sacar número. Agua fresca alivia la mente. En una de ellas hay un voluntario ciclista con una botella de agua cortada y refrescando a todo el mundo que pasa. Siempre si quieres, claro. Yo le pido ración doble: Bidón lleno por favor, y vaciado de botella sobre el casco. Y lo mejor, gratis.

La subida se hace eterna. Entre el sofocante calor, la dureza y lo que llevas en las piernas no puedes evitar de nuevo los susurros al oído del cabrón ese que te dice "no puedo más", "que mal voy", "estoy deseando acabar". Amago con repasar la lección matemática. Ésta me la se: 1,2,3,4....10. Así llego al Pueblo de H'uez. ya queda menos. La altura ganada y pasar a una parte más despejada rebaja la temperatura. Pero viene la flojera de piernas. Llevo barritas pero no me apetecen. Busco en los bolsillos un gel y no me quedan. Será posible, en el hotel dejé 3. Alli están bien.

Aún quedan 5km. Plan B. Hay que pedir. ¿Hay algo?, ¡Barritas!... Pero nada de nada. En estas que baja Rubén y lo paro (por cierto ha hecho un tiempazo). ¿Llevas barritas?. Se busca, y me da unas golosinas que cogió en la cima del Galibier. Me las como del tirón. Nos vemos abajo. Ok, hasta luego.

A los pocos minutos noto el subidón subidón. Vuelve la alegría suficiente como para terminar muy dignamente. Ya se divisa el final, la estación de esquí. Que poco me queda. Paso la curva 3. Me aproximo a la curva 2, la de la famosa foto. Miro para atrás, no quiero compañía. Paro un momento en la derecha, me acomodo el mallot. Hay que salir guapo en la foto. Llevo uno delante y lo dejo ir. La foto en solitario. Este año tengo la responsabilidad de ser el primer globero marmotero y no quiero decepcionar al club. Señalo con la mano un 3. Suenan 2 disparos, por si falla el primero. Nuevo giro y entrada victoriosa a la estación.


La picadura contagiosa.
La llegada a la estación de Alp D'huez es indescriptible. Este año a los españoles nos reciben con una bandera a la izquierda. Una familia esperaba feliz la llegada del ciclista de la casa. Sus palabras de ánimo erizan mi piel. ¡qué pasada!. Cada vez hay más público a ambos lados. "Ale, ale", "go go", "Andiamo", "wij wij". Y aplausos.

Pasas el paso subterráneo, subes el último repecho e inicias la bajada triunfal hacia la meta. La piel erizada. Te sientes grande. Gladiador. No duele nada. No sientes las heridas Solo ves una pequeño pasillo con vallas a los lados y mucha gente aplaudiendo, gritando. Me suelto de manos, grito "ale ale" y notas el eco ensordecedor que te responde. No quiero que esto se acabe. Por favor, un mando a distancia que congele el momento.

En el umbral de la puerta a la gloria. Un reloj marca el tiempo que llevas. La cruzas. Acabas de entrar  en el reino de los superhombres.

El lugar de los ciclistas que han sabido sufrir durante meses, en silencio, y que hoy han sacado toda la energía y fortaleza que llevaban dentro para estar aquí y ahora, para sentir esto mismo que se siente y que no se puede describir, pero si comparar. Y yo lo comparo, salvando las distancias por supuesto, con el sentimiento del padre que por primera vez tiene a su hijo en brazos. No sabes porque pero estás flotando.  No hay dolor, sólo alegría, felicidad y satisfacción. Lo he conseguido. He acabado la Marmotte.

Durante el último mes antes de esta marcha estaba deseando acabar con esto. Me sentía cansado de fondos, de entrenos, de subidas, de sacrificios. De bici. El próximo año me lo tomo de relax. Lo juro. No hago ni un fondo. Ya en el viaje de vuelta era menos radical. Ahora mismo, que estoy escribiendo, todo es posible. Y seguro que dentro de unos meses seré un globero fácil de convencer. El tiempo lo dirá.

¿Tendrá algo que ver la maldita picadura?.

Muchas gracias por llegar hasta aquí.
Hasta la próxima. Me voy de vacaciones.
Clic.


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